La mañana del 18 de mayo de 1980, el vulcanólogo David Alexander Johnston se encontraba apostado a unos diez kilómetros de la cima del monte Saint Helens, cuando observó que la ladera norte se empezaba a desplazar. Desde su puesto de observación, Johnston fue el primero en dar la voz de alarma: "¡Vancouver! ¡Vancouver! ¡Ahí lo tenemos!” – anunció desde su terminal de radio. Fueron sus últimas palabras.
Eran exactamente las 8:32 h. de la mañana. La erupción del Monte Saint Helens fue tan violenta que se llevó por delante el cuerpo de Johnston y arrasó decenas de kilómetros cuadrados. La avalancha de roca alcanzó los 250 kilómetros por hora y arrastró material suficiente como para enterrar todo Manhattan a una profundidad de 120 metros. La columna de ceniza llegó a depositar residuos en 11 estados diferentes. Para hacerse una idea, la cantidad de energía liberada por el St. Helens equivalió a la de 500 bombas de Hiroshima.
Irónicamente, el único vulcanólogo capaz de predecir que el Saint Helens explotaría de forma lateral fue el propio Johnston. Los demás expertos, pese a los constantes terremotos que precedieron la erupción y a que el Saint Helens no tenía chimenea, no supieron predecir la catástrofe que acabó con la vida de 57 personas. Johnston cometió un único error que le costaría la vida: considerar que una distancia de diez kilómetros sería suficiente. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Fuente: http://fogonazos.blogspot.com
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